El cerebro de un mentiroso se adapta a la deshonestidad

Si hay algo que caracteriza al cerebro humano es su plasticidad, lo sabemos. Por ello, no nos extrañará saber que la mentira es al fin y al cabo una habilidad como cualquier otra, y que para mantener un buen nivel de excelencia, basta con practicar a diario.
Hay quien siente pasión por el diseño, la escritura, matemáticas, disciplinas que por sí mismas también modelan cerebros distintivos con base a nuestras prácticas habituales y a nuestros estilos de vida. De acuerdo a los grandes avances en las técnicas de diagnóstico, es la neurociencia quien nos está ofreciendo una información más valiosa a la vez que inquietante, que la personalidad deshonesta es el resultado del entrenamiento y la habituación continua. Esta afirmación puede parecer atrevida y sé que más de uno se ha de sorprender.
Cuando la persona miente de manera cotidiana, deja de tener una respuesta emocional a sus propias falsedades. Así, y ante una ausencia total de sentimientos, esta práctica se hace más fácil y se convierte en un recurso habitual. Por eso los neurólogos han llegado a la conclusión de que el cerebro de un mentiroso funciona diferente: son mentes hábilmente entrenadas para ese fin.
Quien empieza con las pequeñas mentiras y hace de ellas un hábito, induce al cerebro a un estado progresivo de desensibilización. Poco a poco, las grandes mentiras duelen menos y se convierten en un estilo de vida... Así, que para los que se preguntan, quién miente a gran escala y con ello, destruyen a los demás ¿cómo pueden andar tan tranquilos? Quizás hallen una buena explicación.
A la mayoría de nosotros nos ha dejado perplejos comportamientos de esos agentes sociales que habitan en nuestro día a día. Vemos, por ejemplo, a algunos políticos aferrados a sus mentiras, defendiendo su falsa honestidad y normalizando actos que por sí mismos son altamente reprochables y hasta delictivos. ¿Hay quizá algún componente biológico o estas dinámicas son peculiares en su papel como cargos públicos?
Tali Sharot una profesora de neurociencia cognitiva del University College de Londres nos señala que, efectivamente, hay un componente biológico, pero también hay un proceso de entrenamiento. De esta manera, la estructura cerebral que se relaciona de forma directa con estas conductas deshonestas es sin duda la amígdala. El cerebro del mentiroso patológico pasaría en realidad por un sofisticado proceso de auto-entrenamiento donde acaba desprovisto de toda emoción o sentimiento de culpa.
Estas disonancias, estas conductas reprochables hacen reaccionar a nuestra amígdala. Esta pequeña estructura del sistema límbico relacionada con nuestra memoria y reacciones emocionales, es quien limita el grado en el que estamos dispuestos a mentir.
Cuando este comportamiento es habitual. La amígdala deja de reaccionar, crea tolerancia y ya no emite ningún tipo de reacción emocional. Esto mismo es lo que nos indican en uno de los libros más completos sobre el cerebro de un mentiroso: "¿por qué mentimos?... en especial a nosotros mismos: la ciencia del engaño". Del catedrático de psicología Dan Ariely.
De igual manera, también se nos invita a descubrir otros procesos neurológicos no menos interesantes sobre el tema. En un experimento realizado por el propio doctor Ariely, reveló que la estructura cerebral de los mentirosos patológicos dispone de un 14% menos de sustancia gris. Sin embargo, presentaban entre un 22 y 26% más de materia blanca en la corteza prefrontal ¿Qué significa esto? Básicamente que el cerebro de un mentiroso patológico establece muchas conexiones entre sus recuerdos y sus ideas. Dicha mayor conectividad les permite dar consistencia a sus mentiras y un acceso más rápido a esas asociaciones.
Todos estos datos nos dan una pista de como las deshonestidad nace desde el interior, desde esos procesos cognitivos que van adquiriendo poco a poco mayor capacidad a medida que elegimos practicarlos, a medida que nuestro cerebro deja también de añadir el componente emocional a esos actos.
Lo anterior, no deja de ver en estas prácticas algo ciertamente aterrador... El hecho de que la amígdala deje de reaccionar ante ciertos hechos revela a su vez que estamos perdiendo eso que, de algún modo nos hace humanos. Quien ya no ve que sus actos tienen consecuencias sobre los demás, pierde su nobleza, la bondad natural que supuestamente, debería definirnos a todos.
El cerebro de un mentiroso se conforma a raíz de un conjunto de motivaciones oscuras. Podríamos decir que tras esa persona que opta por hacer de la mentira su forma de vida, hay una serie de fines muy concretos: deseo de poder, de estatus, de dominación, egoísmo, interés personal... es la ideología de quien decide en un momento dado, priorizarse a si mismo por encima de los demás... y nada puede ser más dañino e inquietante.
Por Psi Sandra K Marin M
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